
Y se levanta, y el corazón del animal aún palpita entre los despojos, y ella hace ademán de limpiarse -la boca, el rostro, los brazos, el pecho-, pero decide quedarse quieta y contemplar la escena un rato más.
Un minuto, quizá dos, y luego volverá a sus quehaceres diarios -la comida, la ropa, la compra, los niños-. Nada de eso importa ahora que sabe de lo que es capaz.
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