Un mordisquito a mis tradicionales torrijas de Semana Santa me conectó, como todos los años, a la infancia y a la cocina de mi madre, a la infancia y a la cocina de las madres de mi barrio, a mi infancia y a la cocina de mi tía… Y, más allá de mi infancia , a la memoria involuntaria ,a Proust y su magdalena/torrija.
El famoso pasaje de la magdalena/torrija de Proust es lo mismo que el condicionamiento clásico de Pavlov. La magdalena/torrija había sido asociada a la felicidad de la infancia y producía ahora en el protagonista adulto de la novela la respuesta condicionada: un placer delicioso, intenso, extraordinario, que surgía inesperadamente del interior de la magdalena... el protagonista no era capaz de explicárselo. No son sentimientos subjetivos, ni siquiera sensaciones asociadas a una cultura y un tiempo y un lugar lo que Proust describe. Son experiencias psicológicas básicas, verificables en cualquier persona, en cualquier lugar, en cualquier tiempo.
El diapasón de Pavlov y la magdalena/torrija de Proust son una misma cosa, estímulos condicionados. En términos científicos se trata de fenómenos idénticos.el aroma del perfume que nos reaviva un deseo inexpresado. Proust supo describirlo en toda su intensidad. Pavlov prefirió analizarlo. El sonido del diapasón provocaba en los perros de Pavlov la misma reacción de salivación que en condiciones normales vendría provocada por la comida; la magdalena/torrija de Proust evocaba en el protagonista de la novela toda su infancia.
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