
La sentía orinar en cuatro patas, del otro lado del muro, como un vestigio del monzón, una lluvia amarilla, un eco femenino, mojando las junturas de la casa, la casa innoble, viciada por la fetidez del cocotero, por los frutos abiertos, enseguida corruptos, podridos por el clima, su clima. Y sentía su conspiración, rondando por la casa, silbando por la hoja del cuchillo, grabando las maldiciones de su alfabeto, orinando sin parar, desaguando en cuatro patas, pegada a los muros, no menos ágil que una gata azul, de ésas que comen en los templos, ágil, activa, urgente, no menos rapaz, no menos tierna. Y esta gata, esta bestia, esta criatura era Josie Bliss, orinando por los cuatro costados de la casa, ahinojada, turgente, encendida, con la piel blindada bajo el amplio tatuaje, quemada al fin, oscura, azul, imposible. Y al sentirla orinar, tullido sobre el jergón de esparto, comido por los mosquitos, temeroso de los contagios, de contraer el dengue y hundirme entre las erupciones, tullido entonces, temeroso, extranjero, yo, Pablo Neruda, Cónsul del último país en este último país, pienso en Josie.
Estoy en mi dormitorio, tumbado, vencido, con las maletas a medio hacer y las papeletas del Dawson's Bank puestas como parches sobre la gasa del mosquitero. Si Josie quisiera rasgar aquella defensa, bastaría con un breve empuje de su daga. Sería suficiente con introducir el filo por la malla, doblar el cuchillo e irrumpir a través de ésta, furiosa, consciente, decidida, como quien irrumpe a través de una telaraña. Y de nuevo en mi dormitorio, sin jamás haber marchado de aquí, lealmente aquí, estúpidamente aquí, en Rangún la podrida, no hago sino mirar la maleta a medio hacer, inconclusa, omisiva, terrible, pues sé que el títere de Josie no irá entre mis camisas. Quisiera que fuera lo contrario. No miento. Quisiera irme con Josie, y tener el poder que ella dice que tengo para volverla una miniatura.
Estoy en mi dormitorio, tumbado, vencido, con las maletas a medio hacer y las papeletas del Dawson's Bank puestas como parches sobre la gasa del mosquitero. Si Josie quisiera rasgar aquella defensa, bastaría con un breve empuje de su daga. Sería suficiente con introducir el filo por la malla, doblar el cuchillo e irrumpir a través de ésta, furiosa, consciente, decidida, como quien irrumpe a través de una telaraña. Y de nuevo en mi dormitorio, sin jamás haber marchado de aquí, lealmente aquí, estúpidamente aquí, en Rangún la podrida, no hago sino mirar la maleta a medio hacer, inconclusa, omisiva, terrible, pues sé que el títere de Josie no irá entre mis camisas. Quisiera que fuera lo contrario. No miento. Quisiera irme con Josie, y tener el poder que ella dice que tengo para volverla una miniatura.
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