
Oh maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,y habrás insultado el recuerdo de mi madrellamándola perra podrida y madre de perros,ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecermirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos,mis comidas,sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aúnquejándome del trópico, de los coolíes corringhis,de las venenosas fiebres que me hicieron tanto dañoy de los espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra veztiro al suelo los pantalones y las camisas,no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en lasparedes.Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.
Enterrado junto al cocotero hallarás más tardeel cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocinaacostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,y la espesa tierra no comprende tu nombrehecho de impenetrables substancias divinas.
Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernasrecostadas como detenidas y duras aguas solares,y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,y el perro de furia que asilas en el corazón,así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.
Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiraciónoída en largas noches sin mezcla de olvido,uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,y la paloma de sangre que está solitaria en mi frentellamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,substancias extrañamente inseparables y perdidas. //
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra veztiro al suelo los pantalones y las camisas,no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en lasparedes.Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.
Enterrado junto al cocotero hallarás más tardeel cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocinaacostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,y la espesa tierra no comprende tu nombrehecho de impenetrables substancias divinas.
Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernasrecostadas como detenidas y duras aguas solares,y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,y el perro de furia que asilas en el corazón,así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.
Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiraciónoída en largas noches sin mezcla de olvido,uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,y la paloma de sangre que está solitaria en mi frentellamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,substancias extrañamente inseparables y perdidas. //
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