Recuerdo que cuando era niño e indocumentado, pensaba que el 12 de octubre era el día de los americanos y que Cristóbal Colón, ese personaje de piel blanca y jubón de seda, era una especie de Indiana Jones. Pero me entró la duda cuando mis compañeros de clase empezaron a cambiarse el apellido, pues el Mamani se convirtió en Maisman, el Quispe en Quisbert y el Condori en Condorset. De modo que empecé a buscar la causa de esa extraña metamorfosis, hasta que la encontré en mis libros de texto. El Almirante de la Mar Océana, Virrey de las tierras del Nuevo Mundo, Adelantado y Gobernador, que no era de Génova ni de Portugal, pero tampoco de España, aparecía en la ilustración postrado de rodillas, la mirada tendida en el ancho cielo, como agradeciendo a Dios por seguir con vida tras una larga y fatigosa travesía. Aunque no tenía casco ni armadura, llevaba en una mano el pendón real y en la otra una espada con guarnición y gavilán. Detrás de él se veían las tres carabelas flotando entre el cielo y el mar, mientras en la costa de Guanahaní, que parecía un paraíso sin serpientes ni pecados, asomaban los indígenas de piel cobriza, torsos desnudos y miradas de pasmo y de temor. Mi maestra, que tenía la nariz aguileña y los pómulos prominentes como las ñustas del imperio incaico, era la primera en transmitirnos la versión oficial de los vencedores. Nos explicaba que Cristóbal Colón representaba al hombre civilizado, cuya destreza física y mental lo llevó a descubrir los misterios del océano y a encontrar pueblos que vivían en el atraso y la ignorancia. Yo la creía como el feligrés le cree al cura, sin saber que en la escuela se nos enseñaba el mito del hombre blanco, y que mi maestra, indígena por los cuatro costados, hablaba con la voz prestada de los hombres sedientos de sangre y de riquezas, pues lo que ella llamaba el Día de la Raza, en realidad, era el día contra la raza -contra su propia raza-, aparte de que en América, desde el Canadá hasta el Cabo de Hornos, nada volvió a ser lo mismo desde aquel fatídico 12 de octubre de 1492.
Las dos caras de la conquista Años después, leyendo un libro de historietas, me informé de que Hernán Cortés por el norte y Francisco Pizarro por el sur se lanzaron a conquistar las tierras bautizadas con el nombre de Américo Vespucio y no de Cristóbal Colón, quien murió en el olvido y sin saber que abrió las puertas de un continente desconocido, donde algunos creían haber encontrado el paraíso terrenal, como el jesuita León Pinelo, quien, en el siglo XVIII y en un trabajo de erudición, intentó demostrar que el Paraná, con el Orinoco, el Amazonas y el San Francisco eran los cuatro ríos sagrados que, según las Sagradas Escrituras, nacían del Paraíso. La conquista fue un hecho inevitable -decía la maestra-, porque implicó la victoria de la civilización sobre la barbarie. Los hombres blancos traían consigo el adelanto: la Biblia, la pólvora, las armas de fuego, los instrumentos de navegación, la economía mercantilista, el hierro, la rueda y otros, mientras los indígenas seguían luciendo tocados de plumas en la cabeza y profesando religiones bárbaras. Pero lo que la maestra no mencionaba era el florecimiento cultural y científico de las civilizaciones precolombinas, como el hecho de que los mayas hubiesen confeccionado un calendario mucho más exacto que el de Occidente, que empleaban el sistema vigesimal en matemáticas y usaban una escritura similar a los jeroglíficos egipcios, que en el incario construyeron terrazas y canales para la producción agrícola, que practicaban la trepanación de cráneos y tenían un sistema social que respetaba la comunidad colectiva de la tierra y donde todos los miembros de la comunidad colaboraban en la construcción de obras públicas. En síntesis, la maestra no hablaba de lo que los pueblos precolombinos fueron capaces, sino sólo de lo que no fueron capaces.
Cada 12 de octubre, al celebrar el Día de la Raza en un acto cívico, el director de la escuela nos recordaba que en las naves de Cristóbal Colón y en las alforjas de los conquistadores llegó -el pluralismo político, la libertad y la protección que se prodigó a los indígenas. Pero nadie nos recordaba que en esas mismas naves llegaron enfermedades mortales, y que en esas mismas al-forjas, en las cuales trajeron la santa Inquisición, el crimen y el terror, se robaron el oro y la plata que fueron a dar en las arcas de los empresarios de Génova y Amberes, y que financió en Europa el barroco esplendor de las monarquías y el decisivo despegue del mercantilismo occidental.
El director nos hablaba con admiración de la gesta de Cristóbal Colón y de la fe cristiana que nos inculcaron los conquistadores. Pero nadie decía una palabra sobre las depredaciones y el arrasador genocidio cometido contra los indígenas; sobre las nuevas creencias y costumbres impuestas a sangre y fuego; importante, sobre la marginación social y racial de indígenas y negros en las nuevas colonias, donde los criollos se convirtieron en los amos y señores de las tierras conquistadas, con derecho a gozar de ventajas y privilegios sociales y económicos, pero también con derecho a ser la clase dirigente; una suerte de supremacía del hombre blanco que, desde el 12 de octubre de 1492, se refleja en el racismo latente que habita en el subconsciente colectivo de América, donde no pocos indígenas y negros cambian de identidad: cambian de lengua, cambian de nombre y cambian de vestimenta, aunque el negro vestido de seda, negro se queda, y el indígena, así tenga el título de doctor y el apellido de europeo, sigue siendo indígena hasta la médula de los huesos. Cuando terminé la escuela, comprendí que la verdad y la mentira de una misma historia dependía de la voz que la contaba, pues cuando empecé a leer la versión de los vencidos, de los de abajo, me di cuenta que el arribo de los europeos a tierras americanas fue una gesta sangrienta y que la religión cristiana, nacida como un instrumento de lucha a favor de los oprimidos, se convirtió en un instrumento opresor durante la conquista, que el llamado descubrimiento de Colón implicó el exterminio de vastas civilizaciones y que el 12 de octubre no era una fecha para celebrar sino para reflexionar. Con todo, mi maestra nos enseñó el autodesprecio, como quien enseña a diferenciar lo blanco de lo negro, por que en sus lecciones hablaba peyorativamente del indígena - quizás con más crueldad que Pizarro y Cortés, y con menos compasión que Bartolomé de Las Casas y Vitoria- y porque los conocimientos que ella nos transmitía de los libros oficiales de historia no correspondía a la versión de los vencidos sino de los vencedores. Desde entonces han pasado varios años, yo dejé de ser niño y ella dejó de existir. Pero lo que no puedo ya aceptar es el hecho de que se siga celebrando el 12 de octubre como el Día de la Raza, a pesar de que nosotros, los mestizos de América, así nos veamos la cara en los espejos de Europa, no dejaremos de ser los hijos bastardos de la conquista, del despojo y la violación, como lo fueron los hijos de la Malinche en México y las hijas de Atahuallpa en el Perú. Ahora bien, si aún nos queda un poco de sangre en la cara, tengamos el coraje de reconocer que lo único que heredamos en más de medio milenio de rapiña y colonización, es la vergüenza de ser lo que somos, esa pirámide social donde lo oscuro está en la base y lo claro en la cúspide, y donde el color de la piel y el apellido si-uen siendo algunos de los factores que determinan la posición tanto social como económica del hombre americano.
En 1514 se acordó que Solís exploraría las costas del continente en busca del estrecho que comunicara los dos océanos.
Después de recorrer las costas de Brasil, navegar hasta los 35º, penetrando en el gran estuario que llamó de Santa María.
Solís había descubierto oficialmente, para España, el río de la Plata, cuando Hernando de Magallanes, que salió de San Lúcar de Barrameda el 20 de Septiembre de 1519, divisaba el 21 de Octubre el cabo Vírgenes, detrás del cual se estén día el deseado estrecho, variando entonces en rumbo a las Islas Molucas.
En 1527 Sebastián Caboto decidió penetrar en el río descubierto por Solís.
Remontó el río Paraná, y en la confluencia de éste con el Carcarañá fundó el fuerte de Sancti Spiritus el 9 de Junio.
Entre tanto había salido de La Coruña Diego García, que penetró también en el río de la Plata, y remontando el Paraná, se encontró con Caboto, con quien llegó a un acuerdo, y juntos emprendieron la exploración del río Pilcomayo.
El fuerte fundado por Caboto fue destruido por los indígenas en Septiembre de 1529, y como quiera que los refuerzos pedidos a España no llegaban, los dos exploradores resolvieron regresar al punto a la Península.
El hallazgo de planchas de oro y de plata en manos de los indígenas dio lugar a que entre los españoles se empezase a designar la región con el nombre de puerto o isla de la Plata, pero fue la diplomacia portuguesa la que difundió el nombre de Río de la Plata, para pretextar derechos de prioridad de descubrimiento del río.
En 21 de Mayo de 1534 se firmó la capitulación con Pedro de Mendoza, a quien se hacía Gobernador y Capitán General del Río de la plata y de las doscientas leguas de costa del mar del Sur dadas en capitulaciones a Diego de Almagro, para con quistar y hacer población.
La expedición partió el 24 de Agosto de 1535.
En Febrero de 1536 las embarcaciones menores entraron en el Riachuelo de los Navíos, en cuya margen fundó el adelantado la ciudad de Puerto de Santa María del Buen Aire.
En el punto indicado construyese una iglesia, una casa para el adelantado y numerosas chozas Desembarcaron setenta y dos caballos y yeguas, base de la riqueza ganadera argentina.
Al principio los indígenas proveyeron a los españoles de pescado y carne, pero pronto dejaron de darles alimentos, y habiéndose enviado una expedición contra ellos, se trabó la batalla en que murieron Diego Mendoza y treinta españoles más. Entonces, la ciudad fue fortificada.
Antes Juan de Ayolas había remontado el Paraná y fundado el asiento de Corpus Christi, cerca de Coronda.
Ante el éxito, Pedro de Mendoza marchó con setecientos hombres, y pocas leguas más abajo de la desembocadura del Carcarañá fundó el ?Puerto de Nuestra Señora de la Buena Esperan-za?, desde el cual salió Ayolas en busca de las tierras del oro.
Mendoza regresó a Buenos Aires, y en Abril de 1537 emprendió el regreso a España, dejando como sucesor a Ayolas; pero falleció en el viaje el 23 de Junio.
Ayolas había remontado el Paraná hasta el puerto que llamó de la Candelaria, donde dejó a Do mingo Martínez de lrala, y emprendió viaje al Perú; consiguió llegar y regresó cargado de oro y plata, pero no encontró a Irala, y después de un pe coso viaje de 400 leguas, queriendo hallar descanso entre los indios payaguaes, fue muerto por éstos.
Mientras, Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza, que iban en busca de Ayolas, fundaron en Agosto de 1537 el fuerte de la Asunción, donde después Irala fundó la ciudad del mismo nombre.
Como mermara de día en día la población de la Asunción, Irala resolvió despoblar la ciudad de Buenos Aires.
Así lo realizó en Junio de 1541, dando a las llamas, antes de partir, la iglesia del Espíritu Santo, la nao Trinidad, que estaba encallada y cuanto no pudo trasladarse a los bergantines donde embarcaban los pobladores.
A principios del siglo, el gobernador del Tucumán, Alonso de Ribera, fundó las ciudades de San Juan de la Ribera y de Talavera de Madrid, y el obispo fray Fernando Trejo echó las bases, en 1612, en el Colegio Máximo de los jesuitas, de la que andando el tiempo había de ser Universidad de Córdoba, inaugurada en 1613.
El Tucumán fue teatro de una sangrienta sublevación de calchaquíes, que durante diez años sitiaron las principales ciudades, incendiaron campos y viviendas, y pasaron a cuchillo a cuantos españoles tuvieron en las manos, siendo al fin reducidos y la sublevación ahogada en sangre. En 5 de Julio de 1683, el gobernador Fernando de Mendoza Mate de Luna fundó la ciudad de Catamarca, penetrando en el Chaco con varios misioneros jesuitas para reducir a los indios.
En 1721, José de Antequera y Castro, enviado por la Audiencia de la Plata, prendió al gobernador Diego de los Reyes, y el pueblo lo nombró en lugar de éste.
Después de nuevas incidencias, Antequera fue condenado a muerte y ajusticiado, pero el movimiento fue continuado por sus partidarios o comuneros, que afirmaban que el poder de la comunidad era superior al del rey.
Treinta años después estallaba en Corrientes la revolución de los comuneros. Pedro de Cevallos intentó imponerse, pero el teniente gobernador fue hecho prisionero (29 de Octubre de 1764) y su autoridad reemplazada por la del cabildo.
Con el objeto de evitar conflictos entre España y Portugal, las dos potencias que se habían lanzado a los descubrimientos, el Papa Alejandro VI había propuesto la línea que pasara a cien leguas (ampliada después a trescientas) de las islas Azores.
El tratado de Tordesillas fue firmado el 7 de Junio de 1494, pero la demarcación pactada era sobre las tierras de Asia, pues aún se ignoraba que las tierras descubiertas por Colón forma sen un nuevo continente.
En 1500, Pedro Alvarez Cabral, siguiendo las huellas de Vasco de Gama, llegó a las costas del Brasil, y Portugal se declaró dueño de esas tierras, fundado en que quedaban al oriente de la línea trazada y en que era un marino portugués el descubridor.
El rey de España acordó con el de Portugal el nombramiento de una comisión de límites, pero entonces se presentaron numerosas dificultades surgidas en gran parte a causa de la vague- dad del tratado de Tordesillas.
Por el tratado de Utrecht (1713), que puso fin a la guerra de Sucesión, según lo dispuesto en el artículo sexto se entregó a Portugal la Colonia del Sacramento, lo que animó a los portugueses a aumentar sus pretensiones al Río de la Plata, llegando a posesionarse de las playas de Monte video. Fueron desalojados en Enero de 1724 por el gobernador Bruno Mauricio de Zabala, quien fortificó el lugar con mil indios y numerosas familias de Buenos Aires, naciendo así Montevideo, que fue erigida en ciudad al instituirse el cabildo el 1º de Enero de 1730.
Hasta 1751 Montevideo dependió de la gobernación de Buenos Aires, pero en esa fecha se le dio jurisdicción militar y política.
Hubo tregua y pactos transitorios, mas el pacto de familia celebrado entre España y Francia, y al cual no quiso adherirse Portugal, colocaba a los dos países rivales en campos opuestos poco tiempo después.
Como consecuencia de la guerra, Pedro de Cevallos se apoderó de la Colonia del Sacramento y continuó su expedición hasta Río Grande, pero la paz de París (1763) puso fin a la guerra, acrecentó a expensas de España la grandeza colonial de Portugal y devolvió la Colonia, quedan do España dueña de las márgenes del Río Grande y costa meridional del Yacuy.
En 1777, siendo Cevallos Virrey del Río de la Plata, volvió a apoderarse de la Colonia, pero al firmarse el 1º de Octubre de ese año el tratado de San Ildefonso se entregaron a España la Colonia del Sacramento y las misiones orientales del Uruguay, quedando en poder de Portugal Santa Catalina, ambas márgenes del Yacuy y del Río Grande y las penetraciones de los paulistas en Guayrá y Matto Grosso.
Neste blog utilizamos as imaxes con fins educativos. Se algunha delas estivese suxeita a dereitos de autor, pregamos vos poñades en contacto connosco para retirala de inmediato.
Eduardo Galeano
ResponderEliminarEL MITO DEL HOMBRE BLANCO
Recuerdo que cuando era niño e indocumentado, pensaba que el 12 de octubre era el día de los americanos y que Cristóbal Colón, ese personaje de piel blanca y jubón de seda, era una especie de Indiana Jones. Pero me entró la duda cuando mis compañeros de clase empezaron a cambiarse el apellido, pues el Mamani se convirtió en Maisman, el Quispe en Quisbert y el Condori en Condorset.
ResponderEliminarDe modo que empecé a buscar la causa de esa extraña metamorfosis, hasta que la encontré en mis libros de texto.
El Almirante de la Mar Océana, Virrey de las tierras del Nuevo Mundo, Adelantado y Gobernador, que no era de Génova ni de Portugal, pero tampoco de España, aparecía en la ilustración postrado de rodillas, la mirada tendida en el ancho cielo, como agradeciendo a Dios por seguir con vida tras una larga y fatigosa travesía. Aunque no tenía casco ni armadura, llevaba en una mano el pendón real y en la otra una espada con guarnición y gavilán.
Detrás de él se veían las tres carabelas flotando entre el cielo y el mar, mientras en la costa de Guanahaní, que parecía un paraíso sin serpientes ni pecados, asomaban los indígenas de piel cobriza, torsos desnudos y miradas de pasmo y de temor.
Mi maestra, que tenía la nariz aguileña y los pómulos prominentes como las ñustas del imperio incaico, era la primera en transmitirnos la versión oficial de los vencedores.
Nos explicaba que Cristóbal Colón representaba al hombre civilizado, cuya destreza física y mental lo llevó a descubrir los misterios del océano y a encontrar pueblos que vivían en el atraso y la ignorancia.
Yo la creía como el feligrés le cree al cura, sin saber que en la escuela se nos enseñaba el mito del hombre blanco, y que mi maestra, indígena por los cuatro costados, hablaba con la voz prestada de los hombres sedientos de sangre y de riquezas, pues lo que ella llamaba el Día de la Raza, en realidad, era el día contra la raza -contra su propia raza-, aparte de que en América, desde el Canadá hasta el Cabo de Hornos, nada volvió a ser lo mismo desde aquel fatídico 12 de octubre de 1492.
Las dos caras de la conquista
ResponderEliminarAños después, leyendo un libro de historietas, me informé de que Hernán Cortés por el norte y Francisco Pizarro por el sur se lanzaron a conquistar las tierras bautizadas con el nombre de Américo Vespucio y no de Cristóbal Colón, quien murió en el olvido y sin saber que abrió las puertas de un continente desconocido, donde algunos creían haber encontrado el paraíso terrenal, como el jesuita León Pinelo, quien, en el siglo XVIII y en un trabajo de erudición, intentó demostrar que el Paraná, con el Orinoco, el Amazonas y el San Francisco eran los cuatro ríos sagrados que, según las Sagradas Escrituras, nacían del Paraíso.
La conquista fue un hecho inevitable -decía la maestra-, porque implicó la victoria de la civilización sobre la barbarie.
Los hombres blancos traían consigo el adelanto: la Biblia, la pólvora, las armas de fuego, los instrumentos de navegación, la economía mercantilista, el hierro, la rueda y otros, mientras los indígenas seguían luciendo tocados de plumas en la cabeza y profesando religiones bárbaras.
Pero lo que la maestra no mencionaba era el florecimiento cultural y científico de las civilizaciones precolombinas, como el hecho de que los mayas hubiesen confeccionado un calendario mucho más exacto que el de Occidente, que empleaban el sistema vigesimal en matemáticas y usaban una escritura similar a los jeroglíficos egipcios, que en el incario construyeron terrazas y canales para la producción agrícola, que practicaban la trepanación de cráneos y tenían un sistema social que respetaba la comunidad colectiva de la tierra y donde todos los miembros de la comunidad colaboraban en la construcción de obras públicas. En síntesis, la maestra no hablaba de lo que los pueblos precolombinos fueron capaces, sino sólo de lo que no fueron capaces.
Cada 12 de octubre, al celebrar el Día de la Raza en un acto cívico, el director de la escuela nos recordaba que en las naves de Cristóbal Colón y en las alforjas de los conquistadores llegó -el pluralismo político, la libertad y la protección que se prodigó a los indígenas.
ResponderEliminarPero nadie nos recordaba que en esas mismas naves llegaron enfermedades mortales, y que en esas mismas al-forjas, en las cuales trajeron la santa Inquisición, el crimen y el terror, se robaron el oro y la plata que fueron a dar en las arcas de los empresarios de Génova y Amberes, y que financió en Europa el barroco esplendor de las monarquías y el decisivo despegue del mercantilismo occidental.
El director nos hablaba con admiración de la gesta de Cristóbal Colón y de la fe cristiana que nos inculcaron los conquistadores.
ResponderEliminarPero nadie decía una palabra sobre las depredaciones y el arrasador genocidio cometido contra los indígenas; sobre las nuevas creencias y costumbres impuestas a sangre y fuego; importante, sobre la marginación social y racial de indígenas y negros en las nuevas colonias, donde los criollos se convirtieron en los amos y señores de las tierras conquistadas, con derecho a gozar de ventajas y privilegios sociales y económicos, pero también con derecho a ser la clase dirigente; una suerte de supremacía del hombre blanco que, desde el 12 de octubre de 1492, se refleja en el racismo latente que habita en el subconsciente colectivo de América, donde no pocos indígenas y negros cambian de identidad: cambian de lengua, cambian de nombre y cambian de vestimenta, aunque el negro vestido de seda, negro se queda, y el indígena, así tenga el título de doctor y el apellido de europeo, sigue siendo indígena hasta la médula de los huesos.
Cuando terminé la escuela, comprendí que la verdad y la mentira de una misma historia dependía de la voz que la contaba, pues cuando empecé a leer la versión de los vencidos, de los de abajo, me di cuenta que el arribo de los europeos a tierras americanas fue una gesta sangrienta y que la religión cristiana, nacida como un instrumento de lucha a favor de los oprimidos, se convirtió en un instrumento opresor durante la conquista, que el llamado descubrimiento de Colón implicó el exterminio de vastas civilizaciones y que el 12 de octubre no era una fecha para celebrar sino para reflexionar.
Con todo, mi maestra nos enseñó el autodesprecio, como quien enseña a diferenciar lo blanco de lo negro, por que en sus lecciones hablaba peyorativamente del indígena - quizás con más crueldad que Pizarro y Cortés, y con menos compasión que Bartolomé de Las Casas y Vitoria- y porque los conocimientos que ella nos transmitía de los libros oficiales de historia no correspondía a la versión de los vencidos sino de los vencedores.
Desde entonces han pasado varios años, yo dejé de ser niño y ella dejó de existir.
Pero lo que no puedo ya aceptar es el hecho de que se siga celebrando el 12 de octubre como el Día de la Raza, a pesar de que nosotros, los mestizos de América, así nos veamos la cara en los espejos de Europa, no dejaremos de ser los hijos bastardos de la conquista, del despojo y la violación, como lo fueron los hijos de la Malinche en México y las hijas de Atahuallpa en el Perú.
Ahora bien, si aún nos queda un poco de sangre en la cara, tengamos el coraje de reconocer que lo único que heredamos en más de medio milenio de rapiña y colonización, es la vergüenza de ser lo que somos, esa pirámide social donde lo oscuro está en la base y lo claro en la cúspide, y donde el color de la piel y el apellido si-uen siendo algunos de los factores que determinan la posición tanto social como económica del hombre americano.
En 1514 se acordó que Solís exploraría las costas del continente en busca del estrecho que comunicara los dos océanos.
ResponderEliminarDespués de recorrer las costas de Brasil, navegar hasta los 35º, penetrando en el gran estuario que llamó de Santa María.
Solís había descubierto oficialmente, para España, el río de la Plata, cuando Hernando de Magallanes, que salió de San Lúcar de Barrameda el 20 de Septiembre de 1519, divisaba el 21 de Octubre el cabo Vírgenes, detrás del cual se estén día el deseado estrecho, variando entonces en rumbo a las Islas Molucas.
En 1527 Sebastián Caboto decidió penetrar en el río descubierto por Solís.
Remontó el río Paraná, y en la confluencia de éste con el Carcarañá fundó el fuerte de Sancti Spiritus el 9 de Junio.
Entre tanto había salido de La Coruña Diego García, que penetró también en el río de la Plata, y remontando el Paraná, se encontró con Caboto, con quien llegó a un acuerdo, y juntos emprendieron la exploración del río Pilcomayo.
El fuerte fundado por Caboto fue destruido por los indígenas en Septiembre de 1529, y como quiera que los refuerzos pedidos a España no llegaban, los dos exploradores resolvieron regresar al punto a la Península.
El hallazgo de planchas de oro y de plata en manos de los indígenas dio lugar a que entre los españoles se empezase a designar la región con el nombre de puerto o isla de la Plata, pero fue la diplomacia portuguesa la que difundió el nombre de Río de la Plata, para pretextar derechos de prioridad de descubrimiento del río.
En 21 de Mayo de 1534 se firmó la capitulación con Pedro de Mendoza, a quien se hacía Gobernador y Capitán General del Río de la plata y de las doscientas leguas de costa del mar del Sur dadas en capitulaciones a Diego de Almagro, para con quistar y hacer población.
ResponderEliminarLa expedición partió el 24 de Agosto de 1535.
En Febrero de 1536 las embarcaciones menores entraron en el Riachuelo de los Navíos, en cuya margen fundó el adelantado la ciudad de Puerto de Santa María del Buen Aire.
En el punto indicado construyese una iglesia, una casa para el adelantado y numerosas chozas
Desembarcaron setenta y dos caballos y yeguas, base de la riqueza ganadera argentina.
Al principio los indígenas proveyeron a los españoles de pescado y carne, pero pronto dejaron de darles alimentos, y habiéndose enviado una expedición contra ellos, se trabó la batalla en que murieron Diego Mendoza y treinta españoles más. Entonces, la ciudad fue fortificada.
Antes Juan de Ayolas había remontado el Paraná y fundado el asiento de Corpus Christi, cerca de Coronda.
Ante el éxito, Pedro de Mendoza marchó con setecientos hombres, y pocas leguas más abajo de la desembocadura del Carcarañá fundó el ?Puerto de Nuestra Señora de la Buena Esperan-za?, desde el cual salió Ayolas en busca de las tierras del oro.
Mendoza regresó a Buenos Aires, y en Abril de 1537 emprendió el regreso a España, dejando como sucesor a Ayolas; pero falleció en el viaje el 23 de Junio.
Ayolas había remontado el Paraná hasta el puerto que llamó de la Candelaria, donde dejó a Do mingo Martínez de lrala, y emprendió viaje al Perú; consiguió llegar y regresó cargado de oro y plata, pero no encontró a Irala, y después de un pe coso viaje de 400 leguas, queriendo hallar descanso entre los indios payaguaes, fue muerto por éstos.
Mientras, Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza, que iban en busca de Ayolas, fundaron en Agosto de 1537 el fuerte de la Asunción, donde después Irala fundó la ciudad del mismo nombre.
Como mermara de día en día la población de la Asunción, Irala resolvió despoblar la ciudad de Buenos Aires.
Así lo realizó en Junio de 1541, dando a las llamas, antes de partir, la iglesia del Espíritu Santo, la nao Trinidad, que estaba encallada y cuanto no pudo trasladarse a los bergantines donde embarcaban los pobladores.
A principios del siglo, el gobernador del Tucumán, Alonso de Ribera, fundó las ciudades de San Juan de la Ribera y de Talavera de Madrid, y el obispo fray Fernando Trejo echó las bases, en 1612, en el Colegio Máximo de los jesuitas, de la que andando el tiempo había de ser Universidad de Córdoba, inaugurada en 1613.
ResponderEliminarEl Tucumán fue teatro de una sangrienta sublevación de calchaquíes, que durante diez años sitiaron las principales ciudades, incendiaron campos y viviendas, y pasaron a cuchillo a cuantos españoles tuvieron en las manos, siendo al fin reducidos y la sublevación ahogada en sangre.
En 5 de Julio de 1683, el gobernador Fernando de Mendoza Mate de Luna fundó la ciudad de Catamarca, penetrando en el Chaco con varios misioneros jesuitas para reducir a los indios.
En 1721, José de Antequera y Castro, enviado por la Audiencia de la Plata, prendió al gobernador Diego de los Reyes, y el pueblo lo nombró en lugar de éste.
Después de nuevas incidencias, Antequera fue condenado a muerte y ajusticiado, pero el movimiento fue continuado por sus partidarios o comuneros, que afirmaban que el poder de la comunidad era superior al del rey.
Treinta años después estallaba en Corrientes la revolución de los comuneros. Pedro de Cevallos intentó imponerse, pero el teniente gobernador fue hecho prisionero (29 de Octubre de 1764) y su autoridad reemplazada por la del cabildo.
Con el objeto de evitar conflictos entre España y Portugal, las dos potencias que se habían lanzado a los descubrimientos, el Papa Alejandro VI había propuesto la línea que pasara a cien leguas (ampliada después a trescientas) de las islas Azores.
ResponderEliminarEl tratado de Tordesillas fue firmado el 7 de Junio de 1494, pero la demarcación pactada era sobre las tierras de Asia, pues aún se ignoraba que las tierras descubiertas por Colón forma sen un nuevo continente.
En 1500, Pedro Alvarez Cabral, siguiendo las huellas de Vasco de Gama, llegó a las costas del Brasil, y Portugal se declaró dueño de esas tierras, fundado en que quedaban al oriente de la línea trazada y en que era un marino portugués el descubridor.
El rey de España acordó con el de Portugal el nombramiento de una comisión de límites, pero entonces se presentaron numerosas dificultades surgidas en gran parte a causa de la vague- dad del tratado de Tordesillas.
Por el tratado de Utrecht (1713), que puso fin a la guerra de Sucesión, según lo dispuesto en el artículo sexto se entregó a Portugal la Colonia del Sacramento, lo que animó a los portugueses a aumentar sus pretensiones al Río de la Plata, llegando a posesionarse de las playas de Monte video.
Fueron desalojados en Enero de 1724 por el gobernador Bruno Mauricio de Zabala, quien fortificó el lugar con mil indios y numerosas familias de Buenos Aires, naciendo así Montevideo, que fue erigida en ciudad al instituirse el cabildo el 1º de Enero de 1730.
Hasta 1751 Montevideo dependió de la gobernación de Buenos Aires, pero en esa fecha se le dio jurisdicción militar y política.
Hubo tregua y pactos transitorios, mas el pacto de familia celebrado entre España y Francia, y al cual no quiso adherirse Portugal, colocaba a los dos países rivales en campos opuestos poco tiempo después.
Como consecuencia de la guerra, Pedro de Cevallos se apoderó de la Colonia del Sacramento y continuó su expedición hasta Río Grande, pero la paz de París (1763) puso fin a la guerra, acrecentó a expensas de España la grandeza colonial de Portugal y devolvió la Colonia, quedan do España dueña de las márgenes del Río Grande y costa meridional del Yacuy.
En 1777, siendo Cevallos Virrey del Río de la Plata, volvió a apoderarse de la Colonia, pero al firmarse el 1º de Octubre de ese año el tratado de San Ildefonso se entregaron a España la Colonia del Sacramento y las misiones orientales del Uruguay, quedando en poder de Portugal Santa Catalina, ambas márgenes del Yacuy y del Río Grande y las penetraciones de los paulistas en Guayrá y Matto Grosso.