18/04/09

Crónica de una muerte anunciada




La primera edición de esta obra se realizó simultáneamente por Bruguera (Barcelona), Diana (México), Sudamericana (Buenos Aires) y Oveja Negra (Bogotá), en 1981. Tras su publicación García Márquez fue denunciado sin éxito por algunas de las personas implicadas en el suceso que dio origen a la novela.
Santiago Nasar es acuchillado por los gemelos Pedro y Pablo Vicario para vengar el
honor de su hermana Ángela, la cual ha sido devuelta a la casa de sus padres por su esposo, Bayardo San Román, la misma noche de bodas.
Se trata de una fábula cuya estructura de crónica intenta justificar una extraña sucesión de casualidades que actuando en contra de toda lógica y rozando lo imposible, acaban por cumplir con un destino inexplicable.
Aunque en una primera lectura predomine la sensación de duda ante la evolución de tantos detalles injustificables, existe otra interpretación asentada en una especie de venganza general de Ángela Vicario ante la permanente humillación de la mujer:
Mi madre fue la única que apreció como un acto de valor el que hubiera jugado sus cartas marcadas hasta las últimas consecuencias.
Con su actitud de mártir, Ángela Vicario se convierte en juez que condena una larga y penosa tradición de marginalidad. Su deshonra es un disparo que acierta doblemente; hiere profundamente a Bayardo San Román —en el orgullo— y mata a Santiago Nasar, prototipos ambos de macho dominante, caracterizados por la altanería y el afán por cumplir con sus caprichos. Quizás esa deshonra no aclarada sólo sea la excusa para castigar la soberbia y proporcionar venganza a las víctimas de ambos:
Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre.
—Santiago Nasar— dijo.
La concatenación de acontecimientos asociados de manera imposible, las voluntades contrariadas, y, especialmente, la personalidad encubierta de los protagonistas, hacen que el lector llegue a las últimas páginas con la sensación de imposibilidad ante el desenlace anunciado. Durante el proceso narrativo hay un espectacular cambio de papeles que afecta a toda la estructura presentada. Y es que los aparentes héroes no lo son —el estruendo de sus derrotas es calamitoso—; la víctima firma las sentencias y a los personajes de reparto se les asciende hasta ostentar el papel de verdugos.
La poca entidad psicológica de Santiago Nasar se refleja ante la evidencia de su muerte, cuando con ella se debería explicar el argumento: «no entiendo un carajo», dice cuando le dan la alternativa de esconderse o defenderse, y «que me mataron, niña Wene», respondiendo a Wenefrida Márquez cuando ya le habían acuchillado y buscaba el cobijo de su casa para morir. Se trata en realidad de la consumación de un destino fatal en el que interviene como circunstancia curiosa la ignorancia de Nasar ante su propia tragedia:
No quiero flores en mi entierro, me dijo, sin pensar que yo había de ocuparme al día siguiente de que no las hubiera.
En otros personajes, el destino actúa con la misma evidencia inevitable:
Esto no tiene remedio, dice Pablo Vicario con más resignación que ira. Es como si ya nos hubiera sucedido.
Sin embargo, existe en la Crónica... una vuelta de tuerca que otorga alguna esperanza al hombre en su lucha desquiciada contra la fatalidad, aunque sea a través de la contradicción que provoca Ángela Vicario al enamorarse muchos años después del marido que la dejó plantada y que decide volver —gordo y calvo— quizás tan sólo por ganar una batalla al destino, el señor que vence todas las guerras en la obra de García Márquez.



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