07/04/09
El Cristo de la Vega
En su desesperación, sólo vio un camino para salir de la situación en que se encontraba, aunque podía ser un peligro, pues era dar a luz pública su conflicto y deshonor; pero en realidad las murmuraciones en la ciudad no cesaban y todo el mundo hablaba de su caso. Tomada la decisión acudió al Gobernador de Toledo, que a la sazón lo era don Pedro Ruiz de Alarcón, y le pidió justicia. Después de escuchar sus quejas, el viejo dignatario le pidió algún testigo que corroborase su afirmación, mas ella ninguno tenía. Don Pedro hizo acudir ante su tribunal a Diego Martínez y al preguntarle, éste negó haber jurado casamiento a Inés. Ella porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el gobernador. Era la palabra de¡ uno contra la de¡ otro.En el momento en que Diego iba a marcharse con gesto altanero, satisfecho después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quién era ese testigo, todos quedaron paralizados por el asombro. El silencio se hizo profundo en el tribunal y, tras un momento de vacilación y de una breve consulta de don Pedro con los jueces que le acompañaban en la administración de justicia, decidió acudir al Cristo de la Vega a pedirle declaración.Al caer el sol se acercaron todos a la vega donde se halla la ermita. Un confuso tropel de gente acompañaba al cortejo, pues la noticia de¡ suceso se había extendido como la pólvora por la ciudad. Delante iban don Pedro Ruiz de Alarcón, don lván de Vargas, su hija Inés, los escribanos, los corchetes, los guardias, monjes, hidalgos y el pueblo llano. «Otra turba de curiosos en la vega aguarda", entre los que se encontraba Diego Martínez «en apostura bizarra".Entraron todos en el claustro, "encendieron ante el Cristo cuatro cirios y una lámpara" y se postraron de hinojos a rezar en voz baja. A continuación un notario se adelantó hacia la imagen y teniendo a los dos jóvenes a ambos lados, en voz alta, después de leer "la acusación entablada” demandó a Jesucristo como testigo:"¿Juráis ser cierto que un día, a vuestras divinas plantas, juró a Inés Diego Martínez por su mujer desposarla?"Tras unos instantes de expectación y silencio, el Cristo bajó su mano derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos, abrió los labios y exclamó: -Sí, juro».Ante este hecho prodigioso ambos jóvenes renunciaron a las vanidades de este mundo y entraron en sendos conventos.
José Zorrilla
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